El “contrabando hormiga” uruguayo: eslabón final en una larga historia de shocks importados

La invasión de uruguayos a Argentina para aprovechar las gangas que les deja la diferencia cambiaria entre ambos países -que asombra a medios de comunicación de ambos márgenes del Plata- en verdad está lejos de ser novedosa. Cualquier uruguayo de más de 45 años tiene fresco el recuerdo de los populares viajes de compras que se realizaban en la década de los años 80, fuera para aprovechar el súbito abaratamiento que significó la ruptura de la tablita de Martínez de Hoz en 1981, la crisis del Plan Austral en 1989 y -menos masiva- en 2002 tras el fin de la convertibilidad.

Ya en este milenio, el dólar acrecentó su valor casi 500 veces en Argentina, desde que se pasó a la “im-paridad cambiaria” que costó el cargo a cinco presidentes (Duhalde incluido con delay). Tras cuatro gobiernos kirchneristas y uno macrista, Alberto Fernández acumula 450% de inflación en tres años y medio, siendo el pasado mes el peor desde 2002 y los últimos doce meses, el año peor desde 1991, cuando se erigió la convertibilidad peso/dólar.

En aquella década de los 90, Domingo Cavallo invitó a vivir en el Primer Mundo, en una ubicación incómoda del GPS que bien describía y ridiculizaba Horacio Fontova como “the ass of the first world”.

Al oriente del río Uruguay, el presidente de centroderecha Luis Lacalle Pou, sentado en el side-car, ve como cada fin de semana hasta 80.000 de sus compristas cruzan para hacer turismo emisivo (de dólares).

Aunque Uruguay tenga reservas en cantidad (u$s16.200 millones brutas y u$s7.500 millones de netas disponibles con casi no usa), el impacto de un socio mayor inmediato, que interviene su mercado aun con reservas netas negativas de u$s1.300 millones, es alerta rojo ante devaluaciones que retan y desordenan sus cuentas, así como la previsibilidad con la que tomar medidas internas compensatorias del desequilibrio resultante.

Después de todo, también está fresco en la memoria el “efecto contagio” de la crisis bancaria argentina de 2001, que terminó sacudiendo al sistema financiero uruguayo y lo arrastró a una devaluación y a la renegociación con sus acreedores al año siguiente.

El presidente uruguayo, Luis Lacalle Pou, preocupado por el impacto interno que causa el “turismo de compras” hacia Argentina 

De la conflictiva fundación de Montevideo a la paz en un Buquebus

Lo cierto es que la capacidad de las medidas internas argentinas para condicionar o complicar la vida económica uruguaya vienen del fondo de la historia. No hay que retroceder a las revoluciones y nacientes repúblicas del siglo XIX sino ir más atrás hasta la fundación tardía de Montevideo en 1724 por el gobernador de Buenos Aires, que conmemorará 300 años durante enero próximo. El vasco Bruno Mauricio de Zabala no había ejecutado la orden del rey español de hacerlo desde 1717, viendo estratégicamente que se pondría enfrente un puerto natural que le haría competencia comercial, promoviendo el contrabando de ganado entre tierras americanas de los imperios ibéricos.

Es el inicio de la “cuestión de los puertos” sobre la que José Mujica le regaló un libro a Cristina Kirchner, cuando ambos eran presidentes y venían de discutir duramente a puertas cerradas en Olivos, antes de subirse juntos al viaje inaugural de una nueva nave de Buquebus.

“La vieja es peor que el tuerto” sumaría otra vez Mujica al collar de frases imprudentes, ante micrófonos no cerrados, de los presidentes uruguayos -salidos de sus casillas- sobre los polìticos argentinos, “una manga de ladrones desde el primero hasta el último”, como había agregado a la colección en 2002 el ex presidente Jorge Batlle.

Zabala sólo fundó el fuerte y murallas de Montevideo con indígenas guaraníes, tras que un práctico bonaerense, Pedro Gronardo, pasó guiando la salida de un barco inglés y vio que los portugueses se habían trasladado desde Colonia del Sacramento y trepaban el cerro sobre la bahía. El práctico en 1723, hace tres siglos, obligó a  tomar la medida político-económica-presupuestal que plantó la colonización tardía a la zona oriental.

No dejaron a los charrúas ser argentinos

Es tal la influencia del “gran hermano”, que a los uruguayos les llega la herencia y el mote de “charrúas” a causa de medidas internas de control político-económico bonaerense. La decisión de ocupación territorial y fijar fronteras naturales entre los imperios de España y Portugal, antes de existir el Virreinato del Río de la Plata (1776), hicieron al lado oriental tierra fértil para el contrabando de ganado por criollos, indios, mulatos y portugueses hacia Brasil, adonde en 1750 el ejército lusitano se para en el Chuy y no se movió más de su actual frontera seca.

Se debía a que en esa mitad del siglo XVIII, en Madrid se había firmado el Tratado de Permuta que -durante una década- motivó la toma de posiciones de ambas soldadescas reales para influir con hechos consumados en la tratativa de delimitadores sobre los hitos fronterizos. Es entonces, y no más temprano, que se produce la decisión de ocupar el territorio entre los ríos, trepando desde Buenos Aires al norte, por todo el oriente del río Paraná, expulsando masivamente a los charrúas -en caso de no poder matarlos- hacia el oriente del río Uruguay.

La propia controversia que envolvió a la fundación de Montevideo ya estaba marcada por los problemas económicos de Buenos Aires

La economía de un “país frontera”

Ello explica el nombre de la república sin nombre y el mote de “charrúas”, cuando la mayoría de los indígenas eran guaraníes. Hasta sus últimos dìas José Artigas –de quien Cristina Kirchner dijo que “no lo dejaron ser argentino”- defendió ese territorio oriental del Paraná, patente en la Liga Federal de provincias de Santa Fe a Misiones, igual que las Misiones Orientales (actuales estados de Rio Grande do Sul y Santa Catarina) con indígenas colonizados y educados por jesuitas, para ser el colchón o algodón entre dos vidrios. Serán en la misma época empujados por bandeirantes y soldados a desperdigarse al sur en la frontera imprecisa que resultaron la provincia y, luego, el estado oriental.

Los uruguayos creen estar entre dos fronteras, pero no asumen que económicamente son una frontera, fuera por el contrabando de ganado que iba al Brasil entonces o el que le viene hoy -en formato “hormiga”- desde Argentina.

Económicamente, el Mercosur le consolidó cual extensión del límite productivo argentino y de la cadena industrial brasileña. No pueden explicarse sin los grandes vecinos. Para Argentina, sus vecinos son orientales, provincianos con autonomía; para Brasil se trata de uruguayos, sus paisanos que viven allá abajo contra el Río de la Plata.

El favor involuntario de las retenciones sojeras

Pero así como la historia muestra medidas económicas internas argentinas que complicaron a su vecino menor, también es cierto que hubo situaciones de beneficio involuntario. El ejemplo más claro, ya en este siglo, es el del conflicto de 2008 entre el gobierno de Cristina Kirchner y los productores sojeros a raíz del frustrado proyecto de retenciones móviles sobre las exportaciones.

Aquel conflicto interno terminó beneficiando a Uruguay, según reconoció Danilo Astori, por entonces ministro de Economía y más tarde vicepresidente de José Mujica. La reacción de los productores argentinos fue extender su frontera agrícola comprando tierras y plantando en Uruguay -aplicando novedades como la siembra directa-, sacando así producción sin que Casa Rosada retuviera parte del cobro de las exportaciones. De hecho, la producción uruguaya de soja, que antes del conflicto argentino no llegaba a 800.000 toneladas, creció explosivamente hasta llegar, una década más tarde, a 2,8 millones. 

Esto, a la vez, tuvo un impacto ambiental fuerte por el desmonte de las riberas para explotar al máximo sus predios hasta la orilla de ríos, una situación que propende a inundaciones y escurrimiento de pesticidas sobre el río Santa Lucía que alimenta de agua potable todo el sur hasta Montevideo.

La explosión de la producción sojera en Uruguay, un caso de “efecto positivo involuntario” causado por una crisis política argentina

“Toda tecnología conlleva su accidente” decía el filósofo francés Paul Virilio. Y cada medida económica es una intervención tecnológica que aterriza ideas e ideologías, por lo que las medidas de Sergio Massa o Miguel Pesce no son inocuas ni en redistribuir el ingreso interno, alentar o no producción primaria, industrial o de servicios, atraer flujos de compristas vecinos con dólares y desviar comercio e inversión.

Por el contrario, causan externalidades sociales, ya sea por desempleo al otro lado del río, o ambientales por erosión y contaminación. Si la máxima era que la economía obliga al manejo cuidadoso de canillas frías y calientes a la salida de las cañerías, para no quemarse ni congelarse, los uruguayos ven atentos cómo la economía argentina condiciona sus flujos en el Río de la Plata con barcos y el río Uruguay con puentes, pues sabe de la repetida fluctuación de su vecino inmediato más grande entre el “paraíso” y el mismo infierno.

(*) Carlos Montero Gaguine es analista de política internacional y editor de La Síntesis Económica Mercosur

Fuente: iprofesional.com

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